Sharpe en Trafalgar by Bernard Cornwell

Sharpe en Trafalgar by Bernard Cornwell

autor:Bernard Cornwell [Cornwell, Bernard]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Bélico, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2000-01-01T05:00:00+00:00


El capitán Llewellyn estaba enojado. Todo el mundo a bordo estaba irritado. El hecho de perder al otro barco había hecho que la moral cayera en picado en el Pucelle, de modo que constantemente se estaban cometiendo pequeños fallos. Los segundos contramaestres daban golpes con los extremos de sus cuerdas, los oficiales gruñían, la tripulación se mostraba huraña, pero el capitán Llewellyn Llewellyn estaba enfadado e inquieto de verdad.

Antes de que el barco zarpara de Inglaterra había subido a bordo un cajón de granadas.

—Son francesas —le dijo a Sharpe—, de modo que no tengo ni idea de lo que llevan dentro. Pólvora, claro está, y algún tipo de fulminante. Están hechas de vidrio: las tiras y rezas para que maten a alguien. Son unas cosas diabólicas, diabólicas de verdad.

Pero las granadas se habían perdido. Se suponía que estaban en el pañol de pólvora de proa, abajo en la cubierta del sollado, pero el teniente de Llewellyn y dos sargentos habían buscado y no habían podido encontrar los artefactos. Para Sharpe la pérdida de las granadas tan sólo era otro golpe de mala suerte en un día que parecía malhadado para el Pucelle, pero Llewellyn creía que era mucho más grave que eso.

—Algún idiota debe de haberlas puesto en la bodega —dijo—. Se las compramos al Viper mientras lo estaban reparando. Las capturaron durante una acción frente a las costas de Antigua y su capitán no las quería. Le parecían demasiado peligrosas. Si Chase las encuentra en la bodega me crucificará, y no lo culpo. Su sitio está en un pañol de pólvora.

Una docena de infantes de marina se organizaron en un grupo de búsqueda y Sharpe se unió a ellos en la profundidad de la bodega, gobernada por las ratas y donde el hedor del barco se concentraba hasta lo insoportable. No había ninguna necesidad de que Sharpe estuviera allí, Llewellyn ni siquiera le había pedido que echara una mano, pero él prefería hacer algo útil a soportar la malhumorada decepción que agriaba la cubierta desde el alba.

Tardaron tres horas, pero al final un sargento encontró las granadas en una caja que tenía la palabra «galleta» pintada con plantilla en la tapa.

—¡Pues a saber lo que habrá en los pañoles de pólvora! —comentó Llewellyn con ironía—. Probablemente estén llenos de carne de ternera salada. ¡Ese jodido Cowper! —Cowper era el sobrecargo del barco, encargado de los suministros del Pucelle. El sobrecargo no era exactamente un oficial, pero normalmente se le trataba como si lo fuera, y se le tenía una profunda antipatía—. Es el destino de los sobrecargos —le había dicho Llewellyn a Sharpe—, que los odien. Por eso Dios los puso en la tierra. Se supone que tienen que suministrar cosas, pero rara vez pueden hacerlo y, si lo hacen, las cosas suelen ser del tamaño, color o forma equivocados. —Los sobrecargos, al igual que los vivanderos del ejército, podían comerciar por su cuenta y eran famosos por su corrupción—. Probablemente Cowper las escondió —dijo Llewellyn— pensando que podría vendérselas a algún salvaje ignorante.



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